Yo soy de un país llamado mundo, un país sin fronteras, sin límites, donde viven todos y no sobra nadie. Un país de bandera multicolor, llena de luces y de estrellas, de todas las lenguas que hablan los humanos, de todas las razas, de todas las etnias. Donde todos son naturales y nadie es artificial, donde la mejor seña de identidad es la diferencia, donde los defectos son la virtud que nos distingue, donde no hay buenos ni malos sino solo los que aciertan y los que se equivocan. Donde el premio es el perdón y la indiferencia es la pena. Donde los afortunados son los que se quedan, los desdichados los que se van y los pobres los que ignoran.
Hoy estoy triste, mi país está herido, mi gente sufre, algunos mueren y muchos lo pasan mal. Los sueños están confinados en casa con los niños, la vida se ha detenido en un enorme suspiro. Los cielos y las nubes contienen el aliento, las olas del mar están huérfanas de risas y los campos y las flores se asoman a nuestras ventanas buscando nuestros corazones. Por las desiertas calles animales aventureros se atreven a pasar preguntándose dónde está el hombre dominante y posesivo, que feroz criatura de fortaleza inconmensurable, de rabia incontenida y poder demoledor a acorralado al indomable humano. ¿Quién domo al poderoso ser, azote de la naturaleza, Quién al señor de la vida ha sometido?
No es el insignificante virus el que nos esta dominando, no, es nuestra propia estupidez, nuestra soberbia, nuestro cretinismo. Aplastamos, sobrados, a la cautiva naturaleza, crecidos de egoísmo y prepotencia, nos creemos los amos absolutos de nuestra propia mezquindad y un buen día tropezamos con nuestra propia basura, basura que creamos con denuedo y ambición destruyendo media naturaleza, reduciendo la vida a páramos estériles hasta donde alcanza nuestra miopía, encontrando los límites de nuestra ignorancia. El miedo inmisericorde, peor que la propia muerte, nos atenaza acobardados, y sumisos y obedientes nos enclaustramos en nuestras casas.
En medio de la vorágine pandémica nos descubrimos a nosotros mismos atenazados por los más bajos instintos. Una fiera luz de verdad borra las sombras de nuestras excusas y nos saca a relucir la infamia que escondíamos avergonzados en los días pasados. Nos arrebatamos aquello que creemos imprescindible sin importarnos los demás lo más mínimo. Como hienas inmisericordes nos arrojamos sobre nuestras presas para luego regresar a nuestras madrigueras con el instinto satisfecho y nuestra humanidad avergonzada. No solo humildes ciudadanos de a pie, sino también gobiernos y gobernantes, reducidos a la categoría de ruines y rapaces alcanzamos las más altas cimas de la miseria humana, como en su día confesó el juez payaso.
Afortunadamente, desafiando la fría indiferencia de la ideología establecida, miles de hombres y mujeres, con su fe como escudo y la verdad de su vocación social como arma, se enfrentaron a sus miedos, a sus límites, a la hostilidad de la sociedad herida. Entregándose con amor y pasión, emulando al nazareno, cargando en su cruz las culpas del mundo. Sufren los inocentes los pecados de los poderosos que ante la vergüenza ajena muestran las miserias de su ambición de poder, abandonando al pueblo a su suerte. Se regatean unos a otros sus estúpidas ambiciones, creyendo que limpian sus culpas manchando a los otros con la sangre que se limpian de las manos.
Héroes anónimos lideran la lucha para nuestra libertad, cautivos y presos por el factico poder, los ciudadanos esperamos la hora en la que se nos absuelva de nuestra condena. Sin embargo, sabemos que nos será más difícil librarnos de una responsabilidad que seguimos cargando, el frio peso de nuestros miedos y cobardías. Es hora del valor, no sólo del que se nos supone, sino de ese otro valor que no circula por los mercados, pero que pone precio a la vida. Es hora de pensar en aquello que tenemos que aportar para que el mundo cambie, nuestro propio cambio. Es hora de pulsar nuestros corazones, de sincronizarlos con la vida, con las expectativas de un mundo mejor, más justo, más digno, más humano. Es hora de que el animal que se esconde dentro, salga de la madriguera y al calor de un nuevo sol mude su pelaje de fatuo miedo al calor de la vida, la esperanza y el progreso.
Yo soy de un país llamado mundo, un país que siendo de todos es más mío que ningún otro. Es el mundo que tenemos que construir, el mundo del futuro, del mañana, de la ilusión. Pensemos en que lo único que poseemos es lo que no perdemos en un naufragio como este, la vida. Nos une la necesidad de vivir, nos hermana el dolor que nos agobia, nos abruma el fétido aliento de la muerte en nuestra nuca. Abre los ojos y despierta. ¡Lázaro, levántate y anda! Aparta la piedra del sepulcro y resucita, abandona ese agujero de decrepitud y podredumbre y sal al blanco sol de afuera. La vida te llama a gritos, como un enamorado poseído por la pasión y falto de tus besos y caricias. Los niños estallan en gritos de felicidad saltando como cachorros poseídos por la vida, corriendo en alocada alegría por el parque que añoraba sus pasos.
La vida, como un gigantesco oso, hiberna en una caverna fría, sombría y escondida, esperando la poderosa voz de la primavera. El grito anhelado por todos, escondido detrás de las verdades oficiales, secuestrado por un gobierno sorprendido por la tormenta, sorprendido por los héroes anónimos y sorprendido porque el mundo prosigue sin pedirles permiso. Como alguien consciente de que ni le necesitan ni le esperan, espera ansioso su minuto de gloria, cuando llegue el feliz acontecimiento de anunciar el bando de la liberación, cuando nos den la libertad condicional y nos den permiso de pisar la calle incondicionalmente.
Espero que después de cumplir condena seamos capaces de comprender nuestros pecados, purguemos nuestras culpas y sigamos el camino de la vida con la dignidad y el respeto que se merece. Hemos pagado un precio muy alto como para olvidarlo con facilidad. Seamos responsables por la parte que nos corresponde y debemos de adquirir el compromiso firme con la vida, que no toda es nuestra, que parte compartimos con los que nos preceden y con los que nos suceden. Compromiso con los ausentes, con los que cayeron por nosotros, con los que se enfrentaron al destino y pagaron el precio de nuestra libertad. Por ellos y por los otros, los invisibles, los silenciados, los que se reducen a números y nada más. Se te dará una segunda oportunidad, una nueva ocasión de celebrar tu existencia. No la despreciemos, no despilfarremos esta nueva oportunidad y seamos generosos con nuestros acreedores, sepamos estar a la altura de la circunstancia para que cuando llegue nuestra hora definitiva podamos abandonar este país con la alegría del que dio todo lo que tuvo y no tiene remordimientos ni desilusiones.